Conversación alrededor de las 2 de la madrugada:
RAPE: Cuentaaaaa!!!
OP: Jajaja pues estaba en la cama de mi madre, que tiene un espejo enorme, haciéndome una foto, y Kiko y Chispi empiezan a ladrarle a la puerta de la escalera, y creyendo que era mi madre pues me meto en el baño, pero vienen Kiko y Chispi detrás mía corriendo y ladrando, y me encierro con los 2 perros en eñ baño. Pero luego salgo y no hay nadie...
RAPE: Jajajajaja... Que miedo... Ahora tengo miedo por tu culpa :(
OP: Por que? Jajaja
RAPE: A mi me llega a pasar eso y me encierro y no salgo. Vamos, es que no salgo de la habitación. Si los perros han ladrado sería por algo...
OP: Aaaaahh calla, no me asustes xD
RAPE: Toni, sal de ahí! Bueno no, enciérrate y llama a tu madre. Yo te juro que me acojono. Bueno, yo es que no estaría sola, tengo a veces miedo hasta por la mañana o por la tarde... Imagínate por la noche...
OP: Ahora estoy en la cocina con Kiko..
RAPE: Muy bien, ten la sartén en la mano.
OP: Calla! Que esta el pasillo todo oscuro... Y si aparece alguien por ahí? D: Ya no salgo de aquí, por tu culpa!!!!!
RAPE: Ahora si que es una buena historia se miedo, estoy llorando Jajajajajajajajaja. Yo no saldría.
OP: Pues yo voy a salir... JODER QUE SUSTO!! Salgo de la cocina mirand el móvil, levanto la vista y veo una sombra en el suelo... He saltado y todo jajaja, era una bolsa xD
RAPE: Ostiaaaa Jajajajajajajajaja.
OP: AAAAAAAAH!! Soy subnormal... Voy a encender todas las luces de la cocina y lo que hago es apagarlo todo -.-"
RAPE: Jajajajajajajajaja, ahora sí que me meo. Con lo de antes no pero ahora sí Jajajajajajajajaja.
OP: Ayyyyy, han vuelto a ladrar sin motivo D:
RAPE: Sartén en la mano!! Coge el cuchillo jamonero.
OP: Ya lo tengo, con jamón y todo... Pobre Kiko, quiere jamón.
RAPE: Jajajajajajajajaja.
OP: JOOOOOODEEEEEEEEERRR SU MADRE SANTA TERESA DE CALCUTA!! He visto un reflejo mío en el cristal y del susto casi me caigo!!!!
RAPE: Jajajajajajajajaja, Toni, no podré dormir del miedo... Ay que me meo Jajajajajajajajaja. Yo de ti haría horas que estaba durmiendo, pero en otra casa con gente xD
OP: Joder con Chispi... Enciendo la linterna del móvil y enfoco a mi habitación desde el otro lado del pasillo, y me veo dos ojos en mi cama... Era ella... xD Por tu culpa ahora me asusto por todo!!!
RAPE: Jajajajajajajajaja! Toni joder, tengo miedo... Menos mal que mi padre aun esta levantado. Esto al blog porfa Jajajaja, porfa porfavor, es genial!
OP: Vale, mañana xD
RAPE: Es una buena historia xD
OP: He puesto música :D
RAPE: Oye, y si ha entrado antes alguien? D: Yo hace tiempo cuando me daba mas miedo estar sola aunque fuera por la mañana, solo me puse música una vez para no oír nada, pero escuchando oía mas ruidos y me acojonaba mas DD:
OP: Salgo de la cocina y veo a Kiko tumbado, medio cuerpo dentro de la habitación y solo se le veía la cabeza... Que susto, no sabia que era jajaja.
RAPE: Los perros contribuyen al susto Jajajaja.
OP: Calle Rape! Que no hay nadie...
RAPE: No no, yo no digo nada, que no estoy ahí. A quien escuchas?
OP: Me he puesto Spotify. JODEEEEEEER! Quien coño invento los cristales????
RAPE: Jajajajaja no me acuerdo...
OP: Voy a encerrarme en la habitación :S
RAPE: La del pestillo!!!!
OP: Me da miedo abrir el comedor... Es una puerta con cristales y se ve todo oscuro DD: Pero tengo que entrar!!!
RAPE: Entra en otra, que yuyu u.u
OP: Ya he registrado la casa, no hay nadie...
RAPE: Yo no podría haberlo hecho xD
OP: AAAAAHHH!!! Un grito!!!!
RAPE: Pero ten una sartén en la mano o algo por si acaso!!! Yo voy así por la casa!!! Joder Toni...
OP: Supongo que sería de la canción... Menor apago la música.
RAPE: Ves como es peor escuchar música?? Acabo de encender la luz porque tengo miedo. Te he dicho que con la música se escuchan cosas raras.
OP: ME CAGO EN LA PERRA QUE PARIÓ A KIKO!!!
RAPE: Jajajajajajajajajajajajaja que ha pasadoooo??
OP: Voy a coger a Chispi que está en la cama grande y mientras la cojo me toca algo por debajo de la cama. Dios que susto me he dado... Casi me caigo y todo jajaja. Pero era Kiko.
RAPE: Jajajajajajajajajajajajaja me va a oír mi padreee!! Estoy llorando Jajajaja. Ahora me sabe mal, pero te lo tenía que decir! Yo esta noche no duermo xD
OP: Ni yo xDD Ay Dios... En serio, estos perros lo hacen adrede... Tenía a Chispi encerrada en el comedor, y no se como ha abierto la puerta pero me veo una sombra corriendo detrás de mi... Esta vez si que me he caído al suelo del susto... JODEEEEEEEEERR!!! En serio me quiero dormir yaaaaa T_T voy otra vez a por Chispi y cuando me doy la vuelta veo una sombra de mi tamaño detrás de la puerta... Se me ha parado el corazón una milésima de segundo. Era una chaqueta... Ahora estoy en el comedor encerrado.
RAPE: Oye tu madre o vuelve o que?? Ponte la tele, hazme caso.
OP: Lo malo es que como la puerta del comedor tiene cristales pues veo todo lo negro de fuera y veo sombras :S
RAPE: Odio estas puertas... La tengo en el comedor y me acojono.
OP: RAPEEEEEEEEEEE DDDDDDDD: Que ha crujido la puerta como si hubieran tocado el pomo DDDDDDDDDDDD:
RAPE: Te lo he dichoooooooo!! Ya no se si estoy llorando de la risa o del miedo... Coge un puto palo joder! O algo que puedas lanzar!!!
OP: No tengo palos aquí... Lanzo a Chispi...
RAPE: Ves como tenias que haber cogido la sartén D: Yo cuando oigo ruidos cojo el palo de la escoba.
OP: Es que encima Chispi no para de mirar a la puerta con las orejas levantadas D: (Foto de la puerta)
RAPE: Toni... Creo que hay algo ahi... Si los perros ladran es por algo... Y si miran a la puerta pues peor... No te pongas en la ventana!!
OP: Esta cerrada, no pasa nada...
RAPE: Yo estoy ahí y me acurruco y no me muevo... Y cojo algo...
OP: Otra vez la puerta... JODER! D: Mi madre tiene el teléfono apagado... Es que encima oigo cosas...
RAPE: A mi me pasa igual, cuando tienes miedo oyes de todo...
OP: OSTIAAAA QUE SUSTOOOOOOOOOOOOOOOOO! Que han abierto la puerta!! Pero era mi madre con Julio... Que miedo y que tranquilidad a la vez...
(NOS VAMOS A DORMIR... 5 min después...)
RAPE: TONIIIIIIIII!!!
OP: Queeeee??
RAPE: Mato a mi padre... Que susto me ha dado... Estaba casi dormida contra la pared y empieza: "Claudia... Claudia..." y me toca, y yo QUE??? Y dice "No dejas el móvil ya y te vas a dormir?" -.-" me va el corazón a 1000... Todo porque me sigue en twitter y me lee...
(NOS VOLVEMOS A IR A DORMIR)
jueves, 19 de julio de 2012
domingo, 1 de julio de 2012
El Hedor (Mikel Santiago)
El hedor me despertó en plena noche. Invadió mis narices como un aliento tibio, me provocó una pesadilla de vegetaciones muertas, de pútridos animales.
Abrí los ojos asqueado y observé el dosel de mi cama, reconocí el baldaquino de seda con motivos dorados, los tentáculos de madera carmesí. Respiré aliviado. Di gracias de haber escapado de aquel mundo de pesadilla y estar de vuelta en mi habitación. Pero el tufo, omnipresente en mi sueño, seguía allí. Lo tenía pegado al paladar como si hubiese comido un fruto rancio. ¿Qué era? ¿De dónde venía?
Tanteé con mi mano en la mesilla de noche hasta dar con un vaso de agua. Bebí, aclaré mi garganta y me incorporé. Miré la rosa en mi florero de cristal; había muerto durante la noche y sus pétalos se esparcían lánguidamente sobre la madera oscura del mueble. El resto de la habitación era toda penumbra.
Me recosté sobre los almohadones de plumas y esperé a que la pestilencia se desvaneciera. ¿De qué podría tratarse? Era otoño. En verano solía tener algún que otro problema con las tuberías de la casa. Se elevaban pestilencias por los viejos y largos desagües y María, la sirvienta, aseguraba oír ratas trepar por detrás de las paredes. Pero era otoño. Los árboles del jardín estaban pelados. La noche era fría, polar bajo las estrellas de hielo. ¿De dónde, pues, venía ese hedor?
Completamente desvelado espere a que el olor remitiera, pero no lo hizo. Por momentos menguaba ligeramente, después crecía hasta hacerse insoportable. No... no era ningún desagüe; estaba seguro. Era una fetidez demasiado intensa. Recordé aquel jabalí que encontré una vez de niño en un bosque, con las tripas reventadas por un perro, perforado de gusanos. Recordé aquel terrible y pegajoso olor a muerte. Era un olor penetraba hasta la garganta. Una hediondez capaz de trastornarle a uno. Y era el mismo que me rodeaba aquella noche, sin duda.
Me levanté y abrí las ventanas. La noche era fresca. La luna estaba posada en un nido de nubes púrpuras. La aldea dormía en paz bajo sus tejados de plata. Un perro aullaba en la distancia. Respiré durante un minuto apoyado en la barandilla de forja, después regresé adentro. El tufo me esperaba como una bruma suspendida en el aire de la habitación.
¿De dónde venía?
Abrí los armarios. Sumergí mi nariz en los cajones, olfateé cómo un perro de caza. Pensé que quizá fuese un pequeño roedor muerto en algún lado, atrapado entre un mueble y la pared. Mi amada Cristina, que posaba sonriente en una fotografía, casi se estampa contra el suelo según movía el buró. La tomé entre mis manos y la observe con una sonrisa dibujada en los labios. Su visión logro calmarme un poco.
Terminé de registrar mi habitación y el lavabo sin resultados. Abrí entonces la puerta del pasillo y olfateé el aire que yacía manso y dormido en la largura de la galería. Era definitivamente peor; el asqueroso y fétido tufo aumentaba perceptiblemente ahí fuera. ¿Qué podría estar causándolo? ¡Toda la endemoniada casa olía como una ciénaga! Me hirvió la sangre. Regresé a mi cama y tiré del avisador. Escuché las viejas poleas girar por las entrañas de la casa y, en la planta baja, oí resonar la campanilla. CLANK-CLANK-CLANK
La casa no se inmutó ante mi llamada. Tiré de nuevo y con tanta fuerza que casi rompo la cinta. "¡María!" grité "Criolla perezosa! ¿Dónde demonios te has metido?" Pero mis palabras resonaron solitarias por el pasillo y se ahogaron sin recibir respuesta. ¿Dónde estaba María? ¿Habría cumplido su amenaza de despedirse?
Nuestra última discusión había acabado de forma terrible. Me llamó loco, dijo que estaba obsesionado. "Ninguna de mis amigas limpia tanto como yo. Usted ve suciedad donde no la hay" se atrevió a decirme. Así son las sirvientas jóvenes. Perezosas, pierden el día soñando con el novio que las saque de sus fatigosas existencias y te tachan de cacique ante la más mínima exigencia. ¡Si supiera cuantas concesiones hago! ¡Cuántas capas de polvo hago por no ver! Debía haberse marchado, sí, y me alegré por ello; hacía tiempo que pensaba echarla. Buscaría otra... ¡pero si todas son iguales! Bueno, quizá yo pudiera encargarme. Nadie mejor que uno mismo para hacer las cosas como es debido... quizá...
Me anudé el albornoz de seda y salí al pasillo. En los retratos, los rostros de mis antepasados parecían también disgustados por aquella inmunda atmósfera. Avancé asqueado, aguantándome las arcadas, hasta la cima de la escalera. Cuando llegué, la punta de la lengua me sabía a leche rancia y la garganta a huevo podrido. Tuve que cogerme de la barandilla para no caer desmayado.
No me costó percibir que aquella repugnancia ascendía desde la planta baja e inmediatamente pensé en la despensa ¿Sería todo una venganza de la criolla? Dejar pudriéndose una pata de cordero o matar las gallinas del corral era algo que encajaba con su sangre vengativa y murmuradora.
Bajé las escaleras hasta el vestíbulo. Los jarrones chinos estaban vacíos de flores y note el horrible tacto del polvo sobre las alfombras ¡Y pensar que Cristina estaba por volver esa misma semana! ¿Qué pensaría al ver aquel desastre? Mi ira fue a más. Grité otra vez el nombre de María aunque sabía que de nada iba a servir.
Me dirigí a la cocina y la encontré recogida. Abrí el refrigerador: Vacío. Ni una sola vitualla. Limpio, vacío y apagado. La maldita ladrona, pensé, se había ido con todo. Corrí al baúl de la plata, pero éste seguía intacto. ¿Qué sentido tenía todo aquello?
El hedor seguía allí, suspendido sobre mi cabeza, mareante, viscoso. Salí otra vez al vestíbulo, entré en el comedor. La mesa llevaba los manteles de la mañana. El frutero estaba vacío y había tanto polvo que uno podía dibujar su nombre sobre la madera. ¿Obsesionado yo? Pensé recordando las quejas de mi sirvienta…¡Ciega era lo que estaba ella!
Pasé a la sala de dibujo y allí, por fin, sentí que aquella pestilencia debía estar muy cerca. La sentía mezclándose con mi piel, enredándose en mi cabello. Era cómo una negra peste vestida con un largo e infecto camisón.
¿Pero de dónde venía? Al fin lo descubrí.
Me acerqué al mueble biblioteca. Allí, el tufo me hizo retroceder. ¡Era fuertísimo! Una arcada me subió por la garganta pero pude contenerla. Me recompuse. Ahora comenzaba a comprender... Saqué un pañuelo de mi albornoz y me lo coloqué en la boca. Después me acerqué al mueble biblioteca y, sobre mis puntillas, alcancé aquel viejo saliente con forma de dragón. Lo giré dos veces y noté el chasquido del mecanismo secreto. El anaquel de mi derecha se desprendió de la pared y de la abertura surgió un vapor tan fuerte y pestilente que ésta vez sí, logró hacerme vomitar.
Retrocedí al comedor y pasé unos minutos sentado, recobrando el pulso y la respiración. Después regresé a la sala de dibujo y abrí por completo la puerta del gabinete oculto, una extravagancia de mis antecesores que hoy día utilizaba como sala de estudio, archivo de algunos viejos documentos y sitio de la caja fuerte. Encendí la luz. Resplandeció la moqueta verde y brillaron las inscripciones en oro de los centenares de volúmenes que reposaban en las estanterías. En el centro, en la preciosa mesa de cedro, había alguien sentado, de espaldas sobre la butaca de cuero. Entré.
De nada servirá describir la irrespirable, asfixiante y pútrida atmósfera que me vi obligado a atravesar hasta llegar allí. El cadáver yacía derrumbado sobre la mesa. Su cabeza, ennegrecida y repleta de pústulas, conservaba algunos mechones de cabello. Una de sus sienes estaba agujereada, la otra había reventado dejando un reguero de confusas formas sobre la mesa.
Encontré mi vieja Colt a sus pies, el casquillo de la bala bajo la silla.
Tomé el cuerpo por los hombros y lo eché hacía atrás. Reprimí un grito al ver sus cuencas vacías y la exagerada sonrisa de la muerte. Su mano izquierda seguía apoyada en la mesa, era un mórbido ensayo de tendones y huesos. Con sus largos dedos sujetaba una carta manuscrita. La tomé. La sangre, ya seca, solo había dejado legible el tercio inferior de la cuartilla. Decía así:
".. si me amas como dices, debes comprenderlo. He descubierto que no puedo ser feliz a tu lado, en esa casa que más parece una jaula de oro. A veces pienso que solo amas la idea de tenerme allí, como otro objeto de tu colección, brillante, pulcro, ocupando su sitio como el resto de las cosas. Por eso te digo adiós. Nunca más volveremos a vernos. Olvídate de mí, por favor. "
La firma de Cristina era lo último que ocupaba el papel.
Me miré a mi mismo sentado en aquella silla. Podrido bajo mi traje de corte colonial, con mi foulard de cachemira aún anudado al cuello, y una flor marchita ensartada en el ojal de mi solapa.
Lo recordé todo. Como ocurría a diario desde hacía ¿cuánto? Pero esa noche me acostaría de nuevo, lo olvidaría, y el hedor volvería a despertarme.
Salí de allí, cerré el gabinete, regresé al vestíbulo. ¿Qué hacer cuando tiene uno toda la eternidad por delante?
Cogí el plumero y me puse a quitar el polvo.
Abrí los ojos asqueado y observé el dosel de mi cama, reconocí el baldaquino de seda con motivos dorados, los tentáculos de madera carmesí. Respiré aliviado. Di gracias de haber escapado de aquel mundo de pesadilla y estar de vuelta en mi habitación. Pero el tufo, omnipresente en mi sueño, seguía allí. Lo tenía pegado al paladar como si hubiese comido un fruto rancio. ¿Qué era? ¿De dónde venía?
Tanteé con mi mano en la mesilla de noche hasta dar con un vaso de agua. Bebí, aclaré mi garganta y me incorporé. Miré la rosa en mi florero de cristal; había muerto durante la noche y sus pétalos se esparcían lánguidamente sobre la madera oscura del mueble. El resto de la habitación era toda penumbra.
Me recosté sobre los almohadones de plumas y esperé a que la pestilencia se desvaneciera. ¿De qué podría tratarse? Era otoño. En verano solía tener algún que otro problema con las tuberías de la casa. Se elevaban pestilencias por los viejos y largos desagües y María, la sirvienta, aseguraba oír ratas trepar por detrás de las paredes. Pero era otoño. Los árboles del jardín estaban pelados. La noche era fría, polar bajo las estrellas de hielo. ¿De dónde, pues, venía ese hedor?
Completamente desvelado espere a que el olor remitiera, pero no lo hizo. Por momentos menguaba ligeramente, después crecía hasta hacerse insoportable. No... no era ningún desagüe; estaba seguro. Era una fetidez demasiado intensa. Recordé aquel jabalí que encontré una vez de niño en un bosque, con las tripas reventadas por un perro, perforado de gusanos. Recordé aquel terrible y pegajoso olor a muerte. Era un olor penetraba hasta la garganta. Una hediondez capaz de trastornarle a uno. Y era el mismo que me rodeaba aquella noche, sin duda.
Me levanté y abrí las ventanas. La noche era fresca. La luna estaba posada en un nido de nubes púrpuras. La aldea dormía en paz bajo sus tejados de plata. Un perro aullaba en la distancia. Respiré durante un minuto apoyado en la barandilla de forja, después regresé adentro. El tufo me esperaba como una bruma suspendida en el aire de la habitación.
¿De dónde venía?
Abrí los armarios. Sumergí mi nariz en los cajones, olfateé cómo un perro de caza. Pensé que quizá fuese un pequeño roedor muerto en algún lado, atrapado entre un mueble y la pared. Mi amada Cristina, que posaba sonriente en una fotografía, casi se estampa contra el suelo según movía el buró. La tomé entre mis manos y la observe con una sonrisa dibujada en los labios. Su visión logro calmarme un poco.
Terminé de registrar mi habitación y el lavabo sin resultados. Abrí entonces la puerta del pasillo y olfateé el aire que yacía manso y dormido en la largura de la galería. Era definitivamente peor; el asqueroso y fétido tufo aumentaba perceptiblemente ahí fuera. ¿Qué podría estar causándolo? ¡Toda la endemoniada casa olía como una ciénaga! Me hirvió la sangre. Regresé a mi cama y tiré del avisador. Escuché las viejas poleas girar por las entrañas de la casa y, en la planta baja, oí resonar la campanilla. CLANK-CLANK-CLANK
La casa no se inmutó ante mi llamada. Tiré de nuevo y con tanta fuerza que casi rompo la cinta. "¡María!" grité "Criolla perezosa! ¿Dónde demonios te has metido?" Pero mis palabras resonaron solitarias por el pasillo y se ahogaron sin recibir respuesta. ¿Dónde estaba María? ¿Habría cumplido su amenaza de despedirse?
Nuestra última discusión había acabado de forma terrible. Me llamó loco, dijo que estaba obsesionado. "Ninguna de mis amigas limpia tanto como yo. Usted ve suciedad donde no la hay" se atrevió a decirme. Así son las sirvientas jóvenes. Perezosas, pierden el día soñando con el novio que las saque de sus fatigosas existencias y te tachan de cacique ante la más mínima exigencia. ¡Si supiera cuantas concesiones hago! ¡Cuántas capas de polvo hago por no ver! Debía haberse marchado, sí, y me alegré por ello; hacía tiempo que pensaba echarla. Buscaría otra... ¡pero si todas son iguales! Bueno, quizá yo pudiera encargarme. Nadie mejor que uno mismo para hacer las cosas como es debido... quizá...
Me anudé el albornoz de seda y salí al pasillo. En los retratos, los rostros de mis antepasados parecían también disgustados por aquella inmunda atmósfera. Avancé asqueado, aguantándome las arcadas, hasta la cima de la escalera. Cuando llegué, la punta de la lengua me sabía a leche rancia y la garganta a huevo podrido. Tuve que cogerme de la barandilla para no caer desmayado.
No me costó percibir que aquella repugnancia ascendía desde la planta baja e inmediatamente pensé en la despensa ¿Sería todo una venganza de la criolla? Dejar pudriéndose una pata de cordero o matar las gallinas del corral era algo que encajaba con su sangre vengativa y murmuradora.
Bajé las escaleras hasta el vestíbulo. Los jarrones chinos estaban vacíos de flores y note el horrible tacto del polvo sobre las alfombras ¡Y pensar que Cristina estaba por volver esa misma semana! ¿Qué pensaría al ver aquel desastre? Mi ira fue a más. Grité otra vez el nombre de María aunque sabía que de nada iba a servir.
Me dirigí a la cocina y la encontré recogida. Abrí el refrigerador: Vacío. Ni una sola vitualla. Limpio, vacío y apagado. La maldita ladrona, pensé, se había ido con todo. Corrí al baúl de la plata, pero éste seguía intacto. ¿Qué sentido tenía todo aquello?
El hedor seguía allí, suspendido sobre mi cabeza, mareante, viscoso. Salí otra vez al vestíbulo, entré en el comedor. La mesa llevaba los manteles de la mañana. El frutero estaba vacío y había tanto polvo que uno podía dibujar su nombre sobre la madera. ¿Obsesionado yo? Pensé recordando las quejas de mi sirvienta…¡Ciega era lo que estaba ella!
Pasé a la sala de dibujo y allí, por fin, sentí que aquella pestilencia debía estar muy cerca. La sentía mezclándose con mi piel, enredándose en mi cabello. Era cómo una negra peste vestida con un largo e infecto camisón.
¿Pero de dónde venía? Al fin lo descubrí.
Me acerqué al mueble biblioteca. Allí, el tufo me hizo retroceder. ¡Era fuertísimo! Una arcada me subió por la garganta pero pude contenerla. Me recompuse. Ahora comenzaba a comprender... Saqué un pañuelo de mi albornoz y me lo coloqué en la boca. Después me acerqué al mueble biblioteca y, sobre mis puntillas, alcancé aquel viejo saliente con forma de dragón. Lo giré dos veces y noté el chasquido del mecanismo secreto. El anaquel de mi derecha se desprendió de la pared y de la abertura surgió un vapor tan fuerte y pestilente que ésta vez sí, logró hacerme vomitar.
Retrocedí al comedor y pasé unos minutos sentado, recobrando el pulso y la respiración. Después regresé a la sala de dibujo y abrí por completo la puerta del gabinete oculto, una extravagancia de mis antecesores que hoy día utilizaba como sala de estudio, archivo de algunos viejos documentos y sitio de la caja fuerte. Encendí la luz. Resplandeció la moqueta verde y brillaron las inscripciones en oro de los centenares de volúmenes que reposaban en las estanterías. En el centro, en la preciosa mesa de cedro, había alguien sentado, de espaldas sobre la butaca de cuero. Entré.
De nada servirá describir la irrespirable, asfixiante y pútrida atmósfera que me vi obligado a atravesar hasta llegar allí. El cadáver yacía derrumbado sobre la mesa. Su cabeza, ennegrecida y repleta de pústulas, conservaba algunos mechones de cabello. Una de sus sienes estaba agujereada, la otra había reventado dejando un reguero de confusas formas sobre la mesa.
Encontré mi vieja Colt a sus pies, el casquillo de la bala bajo la silla.
Tomé el cuerpo por los hombros y lo eché hacía atrás. Reprimí un grito al ver sus cuencas vacías y la exagerada sonrisa de la muerte. Su mano izquierda seguía apoyada en la mesa, era un mórbido ensayo de tendones y huesos. Con sus largos dedos sujetaba una carta manuscrita. La tomé. La sangre, ya seca, solo había dejado legible el tercio inferior de la cuartilla. Decía así:
".. si me amas como dices, debes comprenderlo. He descubierto que no puedo ser feliz a tu lado, en esa casa que más parece una jaula de oro. A veces pienso que solo amas la idea de tenerme allí, como otro objeto de tu colección, brillante, pulcro, ocupando su sitio como el resto de las cosas. Por eso te digo adiós. Nunca más volveremos a vernos. Olvídate de mí, por favor. "
La firma de Cristina era lo último que ocupaba el papel.
Me miré a mi mismo sentado en aquella silla. Podrido bajo mi traje de corte colonial, con mi foulard de cachemira aún anudado al cuello, y una flor marchita ensartada en el ojal de mi solapa.
Lo recordé todo. Como ocurría a diario desde hacía ¿cuánto? Pero esa noche me acostaría de nuevo, lo olvidaría, y el hedor volvería a despertarme.
Salí de allí, cerré el gabinete, regresé al vestíbulo. ¿Qué hacer cuando tiene uno toda la eternidad por delante?
Cogí el plumero y me puse a quitar el polvo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)